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ISSN 1989-4163

NUMERO 34 - JUNIO 2012

¿Qué fue de nuestra Democracia?

Miguel Dalmau

Cuando hace más de treinta años el pueblo español apostó por la democracia nadie podía imaginar que las cosas iban a llegar a un extremo tan descorazonador. En aquel tiempo la democracia significaba muchas cosas que no teníamos: libertad de expresión, partidos políticos, igualdad de oportunidades, derecho a una educación y a una cultura más abiertas, una sanidad pública decente, etc. Tras vencer grandes obstáculos, los españoles consiguieron formar un país a la altura de sus aspiraciones y fuimos la admiración del mundo. Pero tres décadas más tarde aquel balance ya no es el mismo. Hoy España es otra cosa, algo que en general no nos gusta y de lo que no podemos sentirnos orgullosos. Pienso que ni la mente más perturbada de mi época podía imaginar la España actual: un país que ha destruido su paisaje, que ha abandonado el campo y sepultado muchas de sus tradiciones, que ha erigido obras inútiles y faraónicas en todo el territorio, que ha olvidado la ciencia a cambio del deporte y la cultura por el cotilleo, un país con más de cinco millones de parados y con el nivel escolar más bajo de Europa.

Las causas de este descalabro general son muchas. Pero en esencia se expresan en un fenómeno. Vivimos en un país que ha entronizado a castas que antes se movían casi en la sombra: políticos, banqueros, promotores inmobiliarios, periodistas, presidentes de clubs, etc. Es decir, elementos que sucumben con demasiada frecuencia a pecados muy perjudiciales para la comunidad: ambición desmedida, corrupción, cinismo, prepotencia, nulidad, escaso respeto por el otro, falta de espíritu solidario… Dicho de otro modo, son gentes cuyos pecados suelen ser incompatibles con el verdadero espíritu democrático. Cuando un gobierno decide imponer unos recortes tan drásticos en sectores que deberían ser sagrados como la Sanidad y la Educación, por ejemplo, este gobierno está empezando a dejar de ser demócrata. Al menos en el sentido que tenía la democracia cuando decidimos luchar por ella. Por la misma razón, cuando un político o un ciudadano justifica esa barbaridad diciendo tonterías como “por algún lado hay que cortar”, pues bien, el que eso dice tampoco es un demócrata. Y debería volver a la escuela. O cambiarse de país.

Dicho esto, está claro que imponer medidas tan radicales no va a acabar con la crisis, ni tampoco el ensañarse con la gente de a pie. Mientras otros no desfilen antes, cualquier medida contra nosotros desprenderá un tufo demagógico, injusto y oportunista. Pero también sería interesante preguntarse cómo nos hemos permitido llegar a esto. Quizá el progreso es sinónimo de atontamiento, o quizá hemos muerto de éxito y ahora estamos bajo los efectos de una anestesia generalizada. No lo sé. Pero también hemos contribuido lo nuestro a mancillar la pureza de la verdadera democracia. Ahora nos dicen que Bankia necesita casi veinte mil millones de euros y que Madrid tiene serias aspiraciones para organizar los Juegos Olímpicos de 2020. Lo dicen muy convencidos, tan seguros de su razón como de nuestro letargo. Y entonces recuerdo una frase del doctor Marañón: “Aquellos que no dudan son un peligro para la sociedad”

La libertad guiando al pueblo

 

 

 

 

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